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psicodelia al mando

10/11/2014

Por Sebastián Salcedo Amor.

Santino y los hermanos enemigos, Ana Transformer y La Tumba del Alca hicieron de nuestro sábado una noche ofuscada de pura fantasía que desbordó Il Amichi Bar.

El agua ya había bajado de este lado del Conurbano. La Luna estaba muy alta pero Santino y los hermanos enemigos la persiguieron en su auto por la ruta de madrugada. Ya había mucha gente en el bar y la banda sonó grave y densa. La voz se elevó pero no se rompió y el bajo se empastó en un ritmo hipnótico. Hubo una cadencia del Pez de Folklore en el matiz valvular pero acá no hay sintetizadores comprados por papá, fue noche de rock en Il Amichi.

 

La gente aplaudía y tomaba su primera cerveza. ¿Sabrían lo que estaba por suceder? Porque lo que Ana Transformer desató esa noche no entra en una computadora, fue un atentado. Fueron tantos los quiebres y contra-quiebres; los estallidos y melodías inesperadas que nadie se movió durante los primeros temas, hasta que de pronto estaban bailando sin darse cuenta.

 

Iban a tal velocidad que ¿para qué alcanzarlos? El bajo trajo al Sr.Flavio de la época calavera, la guitarra fue una ametralladora y el batero tiró lujos mientras se reía. No fue sólo grunge-de-garage progresivo compulsivo, lo de Ana Transformer fue una trompada de Muhammad Alí. Una puesta en jaque a la condición de músico, artista o ser vivo. Hay que vivir fuera de la ciudad para tenerle tal respeto al silencio. 

 

En el aire se sentía que algo serio está pasando con el rock de por acá. Si los medios venden a sus bandas de siempre y hasta el under tiene su casta sagrada a imitar, podés encontrar a la banda de tu vida cualquier noche en cualquier bar. 

 

En el epílogo, La Tumba del Alca apagó la pantalla, subió la luz y se llevó de rehenes a unos cuantos a su mar tempestuoso. Como en todo buen concierto los mejores temas fueron el primero y el último. El batero no tenía crash, ni lo necesitaba. La Tumba sonó bien fuerte aún experimentando en la psicodelia. Fue un cierre ideal porque se percibió una continuidad en la trama de la noche, un hilo conductor entre las bandas. Es que ¿en qué bar entrás gratis, ves tres bandas que te hacen sentir vivo y podés conocer a alguien de Sordeaux como de Bella Vista? No es una usina artística vanguardista, tampoco una nave espacial, es el mejor bar que conozco. Pero que esta no sea una crónica complaciente, si este semillero de tremendos bateristas tuviese cantantes a su altura ¿cuál sería el límite de este despertar? ¿Queda algo por decir? El sábado habló la música, quizás ahora ya sobren las palabras.

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