top of page

mapas para atravesar el otoño

12/05/2014

Por Claudio Kobelt.

En su gira por Buenos Aires, la banda mendocina, Otoño, se presentó el viernes en Il Amichi Bar junto a Lou Baumann y Como Diamantes Telepáticos en una noche que fue exquisita. 

El tren San Martín es un gusano de metal que se arrastra por la nervadura metálica del Buenos Aires profundo y se llena la panza, en cada parada, de humanos ansiosos de llegar. Y en la estación San Miguel la criatura parece vomitar al escupir en el andén cientos de cuerpos veloces, presurosos del hogar ó, como en mi caso, de conocer Il Amichi, mítico bar del noroeste bonaerense que esa noche de viernes presentó unos shows que bien valían la pena cualquier viaje.

 

Todo comenzó alrededor de la medianoche con el prolífico Lou Baumann -miembro activo de Fusibles y Quemacoches-, esta vez con su proyecto solista, quien abrió la velada con un lánguido track instrumental, como alguien que pinta un cielo de acuarelas grises, sienta las bases de lo que vendrá y deja el lienzo listo para los colores del recuerdo, pues en todas las canciones de Baumann es innegable y tácita la nostalgia, como el grano grueso y lluvioso de una vieja película de amor. A sus espaldas, proyectado en la pared, unos pájaros negros recorrieron un plomizo firmamento y emprendieron un viaje sin fin, tal como lo proponían esas suaves melodías. Una travesía calma por el desierto de la memoria, un paso lento y firme hacia el recuerdo más dorado.

 

Las canciones de Baumann y el sólido grupo que lo acompañaba destilaron una fina oscuridad, esa que se siente desde afuera hacia adentro, baladas de pleno shoegaze y melancolía noise, coplas sensibles con corazón de ruido. Las guitarras caían en picada, fulminantes y en cámara lenta sobre el corazón prendido, con la sensibilidad que crepitaba fuerte en la hoguera de la voz dulce de Lou, la cual parecía interpelarnos mientras nos contaba historias donde éramos espectadores y protagonistas a la vez. Hacia el final, un punk rock sónico y espacial fue el golpe de gracia para terminar de prendernos de este músico increíble, un cantautor imprescindible para las almas sensibles y los oídos inquietos. A continuación, siguió el turno de Como Diamantes Telepáticos.

 

Con Escorpión y Nueva -encendidos temas que abren su primer disco del 2011-, los Diamantes exhibieron su esencia de agudo pop brillante, bailable, melancólico y puro. La dulce voz de Mariela Centurión es distinta a todas, con diferentes búsquedas, tonos y climas dependiendo de la canción que interprete, y quizás sea esa la palabra justa para describir como Centurión expresa las canciones que canta y vive con el cuerpo entero, al bailar, gesticular y sacudirse eléctrica ante el ritmo certero de un baterista igualmente infalible. El grupo sonó compacto y ajustado demostrando un beat preciso con destino de baile, y cuando las voces de Mariela y Fernando Centurión se fundían, el grupo lograba su punto más alto y distintivo, una belleza dulce y natural.

 

Pasaron, entre otros, Reloj de Arena, Soñar Soñar y Aviador, temas incluidos en su segundo disco Dorado (2013). Fernando Centurión -el otro cantante y guitarrista- es un elemento clave y singular en el sonido del grupo: su voz grave y melódica junto al aporte de su guitarra, que dibuja trazos sónicos de color claro y destellante, crean por momentos un clima krautpop más que interesante. CDT sonó en la plena noche e iluminó todo, pop perfecto, como un sol tibio que nos acaricia el cabello, una máquina del tiempo directa hacia la primavera. Entre aplausos se retiraron del escenario y dieron paso a la última banda de la noche: Otoño.

 

Y vaya que fue una sorpresa de las buenas ver a Otoño en vivo. El grupo mendocino había llamado nuestra atención con un disco y un ep donde exhibieron su naturaleza de pop sónico. Pero este es un grupo que en vivo redefine su sonido una y otra vez, al aportarle una nueva y atrapante dimensión. Con una fuerza arrolladora y a pura velocidad, los Otoño repasaron temas de sus dos producciones y adelantaron algunos de su próximo álbum. Siempre al frente y con una potencia infinita, la banda hizo gala de una claridad envidiable y un sonido sumamente personal, que si bien parece cruzado por lo mejor de la escena alternativa de los noventa, es desde esas influencias que Otoño construye un nuevo mundo, uno que nos abriga del hoy y nos protege del mañana. Pasado/Presente/Futuro en una misma canción.

 

Los temas pasaron raudos, como pequeños cohetes que explotaban en nuestro cielo personal y, en esa velocidad pop, el vértigo se fundió con el paisaje, tal como mirar por la ventanilla del auto mientras alguien más aprieta el acelerador. Con soltura, seguridad y un ritmo trepidante, Otoño demostró un oficio innegable para los shows en vivo y un vínculo magnético entre sus integrantes que, aun sin mirarse, van siempre por el mismo camino. Es este un grupo para ver y oír cada fin de semana, como única forma posible de esperar el verano y su eterna promesa pero no, deben irse, y a pesar de los fuertes aplausos y pedidos de “¡Otra!”, los Otoño dejaron el escenario para no volver, o al menos por un tiempo.

 

Afuera la noche fría arreciaba, la luna se escondía tras los arboles despoblados por la estación y los colectivos surfeaban el asfalto, llenos de pibas volviendo del baile, ignorantes todos ellos de la magia sucedida algunos instantes atrás, ahí en un boliche de su barrio, cuando un puñado de canciones con distorsión fueron lo más parecido al amor.

  • Twitter Classic
Facebook
Twitter
  • Facebook Classic
  • c-youtube

YouTube

bottom of page