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al calor de la canción

16/06/2014

Por Claudio Kobelt.

En una glacial noche de otoño tuvo lugar el Festival Noche Circular, reuniendo en la misma velada a Atrás Hay Truenos, Tobogán Andaluz, Sue Mon Mont, Mi Amigo Invencible y Los Espíritus. Cinco grupos bien distintos unidos por primera vez en una ocasión más que especial.

El sábado pasado, la luna llena resplandecía gélida en el cielo, como una víctima más del pre-invierno. La noche azulada soplaba su beso helado de viento, mientras mordía todo lo que el abrigo dejaba al descubierto. Enfrente de Parque Centenario, un grupo de chicos encaraba al frío feroz como podía, mientras aguardaba en fila para ingresar al Viejo Correo, donde un festival con cinco interesantes grupos de la nueva escena independiente tendría lugar. La premisa horaria de convocatoria “puntual” no se cumplió y justamente esa no era una noche para esperar al aire libre. Muchos conversaban, saltaban, tiritaban en el lugar, mientras exhalaban calor como máquinas a vapor. Luego de un largo tiempo de espera y, muy gradualmente, el público comenzó a ingresar.

 

Con las hipnóticas El Pantano y El Encanto, Atrás Hay Truenos comenzó su set y creó una atmósfera delicada, espesa y tangible, de melodías suaves pero contundentes, como púas que se clavaban en el clima y rompían el hielo del comienzo, y la enorme Frutas Secas fue la mano que empujaba la daga, la fuerza que propulsaba el filo a través del cuerpo. El volumen fue bajo y no les hizo justicia, AHT es un grupo para escuchar más y mejor. Luna vieja y el cover de Todo lo que me gustas invitaron al baile tímido pero inevitable y demostraron las múltiples caras de ritmo y sonido que corre en las venas del Trueno. El beat se agitó, se astilló, dejó esquirlas de nostalgia en la percepción y las dos canciones inéditas interpretadas profundizaron ese concepto, además de adelantar en pequeñas dosis el espíritu del próximo álbum, donde el grupo se interna en las profundidades de la canción pop y la melancolía gruesa, donde cada beat construye un camino, a veces circular, a veces definitivo. Por el río, la canción elegida para cerrar su show, fue la que mejor exhibió el espíritu Trueno de búsqueda encendida, de shoegaze y canción, de corazón noise y habilidad pop, de pasado y futuro sonoro crepitando lento en una hoguera de desatada pasión.

 

Luego fue el turno de Tobogán Andaluz, quienes con su energía cruda y dulce movilizaron los primeros pogos de la noche. Canción de Navidad, Un tesoro en la avenida y Siempre sueño las mismas cosas fueron los tres temas escogidos para iniciar e incitar el agite de los cuerpos y las gargantas fervientes. Al repasar temas de su excelente disco Viaje de Luz y adelantar algunos del próximo álbum por venir, Tobogán exhibió una esencia dulce, pura, una bravura joven y viva que pareciera no tener fin. Las canciones nuevas presentadas evidenciaron una búsqueda sonora que, si bien los mantiene en su línea ya conocida, los muestra en un mejor momento compositivo y más ensamblados como grupo. Mariano Di Cesare de Mi Amigo Invencible fue invitado a cantar la inédita Orión el cazador, delicada balada que se vio algo empañada por algunos problemas de sonido. A pesar de estos detalles, más el bajo volumen con que el grupo era amplificado, y una audiencia entre expectante, tímida y nueva, Tobogán hizo lo que mejor sabe hacer: canciones salvajes, melodías indómitas, la rebelión inherente de los que luchan por amor. Con una energía punk rock para canciones pop, y una sensibilidad folk para mantras con distorsión, Tobogán Andaluz demostró un talento inagotable y una osadía dulce con mucho más para dar. El pogo estalló para el gran final de la mano de Lo que más quiero, quizás el mayor éxito y una de las canciones más celebradas del grupo, hit de culto generacional, efervescencia catártica y profundamente emocional.

 

A continuación sobre el escenario, fue el momento de Sue Mon Mont, esa especie de grupo de ensueño formado por miembros de Bosques, Los Reyes del Falsete y El Mató a un Policía Motorizado, comandados por la sempiterna Rosario Bléfari. Desde el primer tema ejecutado, el público bailó y cantó esas canciones sin registro, letras aprendidas de memoria de otros recitales, versos gritados como clásicos, poemas transmitidos de boca en boca, mitos románticos del hoy. Bléfari expandió infinita su voz para estas canciones de amor y despedida al bailar, estirarse, saltar, ponerle como nadie el cuerpo a lo que sentía y pasaba. La batería de Tifa Rex fue un látigo certero que hizo mover a la bestia del ritmo; el bajo de Marcos Díaz entraba justo y en el momento preciso, dando siempre en el blanco; mientras que Gustavo Monsalvo en guitarra tejía intrincadas redes sonoras, un entramado delicado de oscura espesura. Los problemas de sonido continuaron, y la voz de Rosario se escuchaba a muy bajo volumen (además de las reiteradas deficiencias que los músicos manifestaban para el monitoreo), por lo que la cantante bromeaba con que en realidad ese era un proyecto instrumental con una persona que gesticulaba, creando un nuevo estilo llamado “Mimo Rock”. Por suerte, a medida que avanzaba el set, los problemas de sonido se resuelvían lento pero notablemente, y se podía oír, ver, sentir la voz de Rosario que brilló de pura verdad, al cantar suave o a los gritos, narrando y construyendo un diario íntimo del mundo, relatos entrañables de la galaxia emocional. Sue Mon Mont recorrió, caminó, levitó sobre nuestras cabezas por una senda invisible de canciones de amor y distorsión, agitándonos, dejándonos listos para todo lo que vendría, tanto dentro como fuera de este lugar.

 

Fue el turno de Mi Amigo Invencible pero la fiesta se demoró en continuar. Los problemas de sonido persistían, y mientras probaban y trataban de mejorar, Di Cesare cantaba “No suenan las voces/ que deberían sonar”, dejando en evidencia y con simpatía el reclamo ante la falla. Luego de un período de ajuste, finalmente el show comenzó y MAI desplegó una búsqueda climática y de experimentación para los dos primeros temas, con los que mostraron una precisión quirúrgica para llegar al nervio del sonido, a lo que se esconde y late tras la canción. El ritmo se encendió con Esta Casa y el baile general se desató. Mariano Castro, otro de los cantantes invencibles, bailaba poseído una danza mística, como en un hechizo del groove, del que era creador, objeto y hasta el propio ritual en sí. En cierto momento el micrófono de Castro dejó de funcionar, y él se quedó cantando emocionado, gesticulando con los ojos cerrados y dejándose llevar, sin notar que hacia afuera, al auditorio, su voz no salía y se perdía gran parte de la canción. En Descanso sobre ruinas el volumen aumentó de golpe y todo sonó, ahora sí, a máximo poder. Hacernos extraños, Me cuide tanto y Los pájaros -a la que le subieron el calor y el ritmo para ampliar así su vuelo- conformaron una triada imbatible que detonó el pogo y las voces de cantar. El baile se desató natural y cientos de almas entonaron eso de “No es casualidad que hoy estemos acá / tan perdidamente vivos”, casi un manifiesto del sentir en ese preciso y justo momento de danza y euforia. El público hacía suyas estas canciones, al emocionarse con cada palabra, cada riff, bailando libres del prejuicio y sin nunca dejar de sonreír, de sentir, como si estas fueran las últimas melodías del mundo, y esos de arriba del escenario los únicos que pudieran transmitir la historia, el legado de la entera belleza que supimos vivir.

 

Al primer rasguido de guitarra, unos gritos de ovación surgieron desde la audiencia, al confirmar así a Los Espíritus como uno de los artistas más convocantes y esperados de la jornada. Abrieron con un tema nuevo de rhythm and blues suave, que se deslizó árido sobre la particular voz de Maxi Prietto y una delicada guitarra con slide. Repasaron temas de su primer Lp, más algunos nuevos y sus clásicas zapadas. Los Espíritus iban con soltura por las rutas del desierto, plenos de velocidad, nocturnidad y camino. Entre blues ásperos y rocabillys de carretera, el grupo llenó de psicodelia y rocanrol la noche para el deleite de sus cientos de seguidores. Pero de golpe el sonido se cortó, todo se apagó, solo las luces del fondo quedaron prendidas, como indicando abruptamente la salida y el final. El abucheo se hizo general y todo se volvió a iluminar, pero sólo por unos minutos más. La advertencia fue clara, el mensaje fue directo y de la manera menos deseada la noche llegó a su final.

 

A pesar de los constantes problemas de sonido y el abrupto cierre, sirvió esta noche como testimonio, como una pequeña prueba de lo que no deja de pasar, de un nuevo rock argentino vivo y coleando, con mil géneros y estilos en un muestrario infinito que no deja de crecer, de influenciar. ¿Cuántos pibes se habrán ido esa noche pensando en componer una melodía? ¿Cuántas historias de amor habrán nacido bajo esta luna de canción? ¿Cuántos abrazos habrán sido dados entre desconocidos en el fervor de un pogo feliz? Afuera el frío congelaba el cuerpo, pero esas canciones y la noche vivida calentaban la emoción. Ya no se trata de posibilidades, sueños o esperanzas. Sucede hoy, ya, es una tangible realidad: hay música nueva sonando, creando, inspirando, haciendo de este un presente brillante, un momento dorado, un futuro mejor.

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