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Días dorados

02/11/2013

Por Alejo Vivacqua

El sábado pasado el FestiLaptra reunió en Ciudad Cultural Konex a las bandas más importantes del sello platense. Ocho horas de música y muchas ganas de disfrutar entre amigos fueron los ejes del evento.

 

La propuesta era irresistible. Quince bandas sonando sin parar, dos escenarios y un Konex colmado de gente dispuesta a celebrar una escena independiente que no para de darnos alegrías. Y todavía falta mucho para ver.

Quedará en el recuerdo el arranque al palo de Los Zapping y su actitud punk guitarrera made in Perú. Seguida de un poco de noisepop noventoso mientras la gente empezaba a llenar el lugar y los vasos de birra pasaban de mano en mano. Ni bien terminaron, en el escenario de afuera, Antolín bajó los decibeles pero no la intensidad: se calzó la guitarra y nos mostró -primero en solitario y después con su banda- un repertorio de historias sencillas y honestas.

Pasaron Koyi Kabutto y sus canciones para mañanas de invierno. Luego los pibes de Mi pequeña muerte con su sonido melancólico de película indie. Los Mapa de Bits trazaron su escenario de operaciones y combatieron la mala onda de la veda electoral. Afuera, sin tiempo que perder, Reno y los Castores Cósmicos trajeron el rocanrol que le pone música a las gambetas del Burrito Ortega. El cantante de Los Japón y un baile contagioso también quedarán para el recuerdo.

La ternura en las melodías de Las Ligas Menores y el afectuoso aliento del público. Un Javi encapuchado más Punga que nunca arremetió con el pop que se canta a los gritos.

El turno de Bestia Bebé: pogo, barrio, amigos y una hinchada fiel cada vez más numerosa. Los Atrás hay Truenos y sus paisajes patagónicos de tintes experimentales. Pasó El Mató, los padrinos y abanderados de toda esta camada de pibes y pibas que hacen música desde el corazón. 

El agite del piberío despertó con The Hojas Secas. Go-Neko puso su maquinaria psicodélica al servicio del cuelgue Krautrockero que siempre es bienvenido. Y ese final mágico a cargo de los 107 Faunos: músicos de todas las bandas entonando a capella los himnos faunos cuando ya habían terminado de tocar.

Aplausos y más aplausos pero sobre todo agradecimiento. Porque hay que agradecer, hermano. Somos la generación que puede disfrutar cada vez más seguido de eventos como este, con amigos y colegas escuchando buena música que, al final, es lo único que importa. Que aprendan los festivales masivos que cuando hay pasión y preocupación por el público las cosas salen bien.

El FestiLaptra tuvo una sincronización perfecta. En ningún momento hubo silencio. Una banda tras otra sonó de forma ininterrumpida. Camadería entre músicos y el público, comunión de pandillas, una cuadrilla de hacedores de canciones que no temen hablar de amor, belleza y amistad. Lo que en otros sonaría cursi y forzado, en ellos es simpleza y sinceridad.

Será hasta la próxima reunión, donde sólo nos quedará seguir disfrutando del fuego que hemos construido. 

 

 

 

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