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un inicio encantador

06/06/2014

Por Patricio Durán y Lepe Baini.

La apertura del Festival Ciudad Emergente, organizado por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires estuvo a cargo de Efecto Lunática, Indios y la vuelta de Los Brujos. Hubo además otras atracciones relacionadas a la música y el arte en general.

Una de las bandas icónicas de la contracultura de los noventa, tan asociada a la clandestinidad y al antisistema, a las puestas jugadas, a los shows como algo más que un recital de rock en los que muchas cosas podían ocurrir, eligió el escenario amarillo PRO para su regreso. Si bien esto puede causar desconcierto en algunos y devenir en una discusión eterna, la vuelta de Los Brujos es para celebrar. Por otro lado, el festival –macrista o no- es una buena oportunidad para que algunas bandas den el salto o hagan sus primeras armas. La mayoría de los artistas que forman parte de la grilla que se despliega durante cinco días se eligen por el voto de la gente y el acceso a todas las fechas es gratuito. 

No se es facho por participar del Ciudad Emergente o ser parte del público, que en el caso del miércoles concurrió de forma masiva.

 

Efecto Lunática abrió el festival con un set de media hora lleno de clichés pop: melodías pegadizas, sintetizadores, ritmos bailables y títulos como “Sueños analógicos” o “Mar de estrellas”. Hasta su balada “Días”, con aires glam, suena a lo que hizo Denim, casi en tono satírico, con “I saw the glitter on your face” o “Synthesisers in the rain”. El cantante Esteban Elías “Steve Martin” canta de manera similar a Lawrence (Denim, Felt). De todas maneras redondearon un set agradable en una terraza que comenzaba a llenarse de gente.

 

Entre las tantas actividades que pueden disfrutarse se encuentra Early Stones, la muestra de Michael Cooper, el fotógrafo inglés que acompañó a The Rolling Stones en muchos de sus mejores peores momentos y que murió en 1973 a causa de una sobredosis de heroína. La curaduría está a cargo de Silvia Cooper y Elio Kapszuk y las fotografías están acompañadas por textos de Keith Richards que recuerdan aquellas épocas de “reviente”. Las imágenes más interesantes son las que muestran a la banda en Stonehenge y en situaciones íntimas. Hay dos habitaciones especiales con los work-in-progress de las portadas de Sgt, Pepper Lonely Hearts Club Band (probablemente la obra cumbre de Cooper) y Their Satanic Majesties Request en los que uno puede meterse entre los personajes y formar parte de las célebres tapas.

 

También hay auspicios fuertes en el Ciudad Emergente. Uno de ellos es Personal, que creó un museo con afiches, grillas, entradas y demás souvenirs del festival con la excusa de sus diez años de vida. Lo más interesante de esta retrospectiva es justamente eso, mirar en retrospectiva, recordar a los artistas que pasaron y leer con cierta tristeza los nombres de Gustavo Cerati o Luis Alberto Spinetta. Al lado de esta muestra encontramos una pelookería en la que se puede hacer la fila para salir con un peinado "rockero", según prometen en los panfletos del festival, o al menos obtener un corte de pelo gratis.

 

Indios, la banda rosarina radicada en Buenos Aires, comenzó su set de cuarenta minutos a las 20:20 y mostró su arsenal de rock y pop con canciones de su disco homónimo editado por Popart el año pasado. Tienen un sonido cercano a Virus y los Babasónicos más hiteros –hasta en la voz de Joaquín Vitola- evidente en “Tu geografía”, “Casi desangelados” o “Adolescente” (cantado por el guitarrista). Pero también hay algo proveniente de los setenta, de aquella nostalgia hippie tardía de Sui Generis o Pastoral en canciones como “Chicos”, que sirvió para abrir el show. Después de Indios solo restaba esperar al evento más importante de la noche: la vuelta a los escenarios de Los Brujos.

 

Una pista (engañosa para muchos) sonó y repentinamente remolinos de cuerpos se acercaron a terminar de desbordar la terraza, que a esa altura parecía pequeña. Eran los primeros segundos de Kanishka. De inmediato cambiaron el tema pero no el clima de expectativas que reinaba en un viejo y fiel público de la banda de Gabriel Guerrisi en guitarra, Ricky Rua y Alejandro Alaci en voces, Fabio Rey Pastrello en guitarra y Quique Ilid en batería a quienes acompañaron Gregorio Martínez en bajo y Rudie Martínez (ex Adicta) en teclados. A ese contingente de seguidores que evidentemente disfrutó de Los Brujos en los mejores antros de los noventa se le sumaron cientos de curiosos que querían verificar la grandeza de este mítico grupo. 

 

Un inicio instrumental le dio paso a Gagarin -pieza de su nuevo trabajo a editarse antes de fin de año- que junto a Psicosis Total y Canción del cronopio desataron los primeros saltos y empujones que parecían estar contenidos en cada persona desde el ingreso al Centro Cultural Recoleta. Con atuendos similares a los del KKK pero en una versión opuesta al ser trajes de color negro y sombreros cónicos muy altos, la banda redobló la apuesta en su estética, algo que los distinguió dentro del Nuevo Rock Argentino, y redefinió ese sello como una propuesta que aún enriquece un show musical y visual. Sus intensos beat, gruitarras alternativas y enérgicas, un bajo denso y oscuro y esas bases hardcore-punk sonaron igual que en sus mejores épocas y al mismo tiempo tan frescos y actuales. Como si tuvieran cierta fórmula para atravesar el tiempo.

 

Vudú, Sasquatch, Piso liso y Flipper activaron un pogo masivo que se detenía poco con la presentación de nuevos temas como Buen humor. Alrededor de una hora de show, la interacción con el público a través de comentarios sarcásticos demostró que la formación aún conservan aquél espíritu  grotesco desbordado de simpatía.  El cierre llegó con Capicúa y Mi papi no te quiere.  "Esto es sólo la punta del iceberg", dijeron como saludo de despedida. Para pena de muchos y alivio de otros, la famosa Kanishka sonó sólo en aquélla ilusoria pista previa al show. Si algo quedó claro es que Los Brujos están de regreso.

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